martes, 14 de abril de 2009

Cabreo y optimismo


3


Sueño.

Sueño que te veo y te quiero.

Porque sueño vivo: te creo.

Porque vivo sueño: muero.

Creo que muero y muero

porque sigo vivo soñando

y soñando no más que muero

porque despierto, niño,

y no te veo.

***

Mira que soy un hombre optimista ¿eh?, pero no.

Hay días en que uno se cabrea con el mundo. Se cabrea irracionalmente. Alguna mañana me levanto, subo la persiana de mi habitación, de mi 8º piso de Parquesol, enciendo el ordenador y pongo música en el Itunes, mi preferida, música con 5 estrellas, abro la ventana y dejo que el aire fresco y el leve olor a vegetación del parque de abajo, o de césped recién cortado cuando pasan los jardineros, entre y lo llene todo. Con esa música y ese frescor me siento revitalizar y me digo, ¡coño! un nuevo día se presenta con mucho tiempo para leer y hacer cosas. Siento que me voy a zampar el mundo, que mi amor es más grande que nunca, y que el simple hecho de sentirlo es ya una dicha.

Pero luego a media tarde, quizás después de echarme la siesta, aún sin anochecer, cuando veo lo que ha dado de sí el día, normalmente no demasiado, vuelvo a poner el Itunes, pero elijo una canción tristona. De nuevo abro la ventana, apoyo los codos en el quicio y la cabeza en mis manos. Miro la ciudad, viva, resplandeciente, el Duque de Lerma al fondo, el Pisuerga que se intuye allá, con el tráfico que va y viene a lo lejos, y veo a la gente pasear por el parque, justo debajo, y a veces en primavera a chicos y chicas sentados en el césped tocando un bongo, y risas y voces y vida. Y lo que debería llenarme de gozo se clava en mí como espinas al coger una rosa. Y primero, al son de la música, me pongo tristón, nostálgico, pensando qué coño hace uno con su vida, que siempre está idealizando la de los demás. Y en esa soledad que surge, brota también la rabia, la impotencia, las preguntas sin respuesta y un sentimiento de injusticia irracional. ¿Qué hago yo aquí? Y me cabreo con el mundo, por pasar un día más sin alcanzar mis anhelos. Por dejar de nuevo vacío un hueco que nadie viene jamás a llenar. Y me dan ganas de gritar ¡aquí estoy!, como si debajo todos debieran oírme.

Pero no, no señor. Al final me doy cuenta, un día más, que no debo cabrearme con el mundo. Que estoy más bien enfadado conmigo mismo, por no actuar, por no ponerme en Acción. Que muchos de los demás, pensantes, en el fondo también sufren en mayor o menor medida esa soledad inmanente. Que lo mío es pasajero. Y la esperanza que me hace ser un hombre optimista florece potente: la canción triste acabó y suena una con ritmo, revitalizante. Me digo que me he vuelto a enamorar y que, aunque ésta vez tampoco, ya vendrá otra, quizás la buena, la verdadera, la justa, la que colme mis ansias… Me digo a mí mismo que aún soy joven y atractivo, y que ni siquiera todavía he bajado nunca al parque y conocido a todos esos desconocidos, posibles. Que la ciudad, el mundo, me ofrece mañana un nuevo día en el que hacerme, en el que vivirme, en el que comenzar a actuar con sentido. En el que superar mis miedos.

Hoy he tenido uno de esos días llenos de rabia contra el mundo y de tristeza por mi soledad intrínseca. Ya es de noche. Soy optimista y sigo teniendo esperanza, y es con lo que todos deberíamos quedarnos. En breve me iré a dormir, al mundo de mis Sueños donde siempre vuelo…

Sé que mañana es un nuevo día, y quizás baje al parque…


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