miércoles, 17 de noviembre de 2010

Escribid. Preguntad



¿Escribir? Sin ton ni son, sin razón ni guía; sin arte ni gallardía; sin moderación. Escribid.
Qué fácil es juntar palabras y pretender decir algo cuando realmente todo parece un hueco que no se llena ni con toneladas de esa postmodernidad en la que todo vale. Parodiando la impostura de Sokal, casi podría decir en mi descargo que “la interpretación de la incertidumbre intrínseca del subconsciente social que me abnega ineludiblemente de acuerdo a una hermenéutica de la gravedad formal de la escritura imaginativa, correlativa, casi cuántica, me sacaría del atolladero en el que me encuentro atrapado”.
Está tirado darle a una idea vana el revestimiento confortante y protector de las palabras que la edulcoran y cubren de una falsa, más que falsa, máscara de vacuidad. Es un juego, el de las palabras, muy placentero, como un buen café del que primero nos regodeamos con su fragancia y luego paladeamos exquisitamente, con gestos de muñeca y meñique desconocidos en nosotros hasta entonces. Es un bufé libre del “come hasta reventar, y no mires con quién”.

“¿Por qué escribir para la gente?” Con esta frase robada a un compañero quiero decir algo y decir nada quiero. Exacerbado, pestañeo. Pestañeo continuadamente a un ritmo mayor del acostumbrado. Estupefacto ante tanta demostración. ¿De qué? De críticas infundadas y de criticones inactivos que pululan por la facultad menospreciando un acto puro comunicativo.

¿Preguntar? Cazados al aire conceptos, reformulados en una conjetura, dada forma propia: lanzamos una pregunta. Preguntad.
Todos los proyectos filosóficos, es decir, todos nosotros, hemos experimentado, y muchos hemos sido hasta protagonistas, lo que son los comentarios y preguntas vertidas en clase al tuntún. En los primeros cursos de la licenciatura (llamémosla así aún, pues somos su último hijo) esto es inevitable, y me atrevería a decir que hasta necesario. ¿Pero dónde está la frontera entre la sana ingenua pregunta del sediento estudiante y la estrambótica reflexión en alto del egocéntrico pedante? ¡Ay, compañeros! Si yo siquiera supiéralo, pues me encuentro a menudo en tal brete público. Ahora bien, prefiero mil veces la vanidad intelectual del estudiante inquieto que el silencio mental del aprendiz ocioso. Cierto que las tutorías están para algo, pero señores, las clases También.
Está claro que muchos prefieren TODAS las clases magistrales a lo Fernández del Riesgo, pero supongo que al final será cuestión de justo medio, como casi todo en ésta vida, amigo Aristóteles.

*** 
Bulle en las mentes del personal
al oír hablar al profesor,
un cosquilleo espinal revulsionador,
una inquietud Trascendental.

Sube hasta la boca hasta explotar,
y corre en amalgamas sin Razón,
y ansía deleitar con su candor
la voz del sujeto Individual.

Qué veleidad de la palabra
ingenua que así misma labra
futuro de tempestad

en torrentes sinsentidos.
Mas, yo digo,
¿no es así la Postmodernidad?

lunes, 23 de noviembre de 2009

De las causas más comunes de meterse a estudiar filosofía


5



Cierta experiencia vital, si se quiere del subconsciente, Sigmund, me invita repetidamente a sacar las siguientes conclusiones, estereotipos de tipos ideales de tipos y tipas que ingresan a estudiar Filosofía en primero.
A rasgos generales, entra una muchedumbre de utópicos aún no desvirgados por la dureza del Amor a la Sabiduría; con la filosofía sin amancillar. La mayoría, a su vez, arriban a la Santa Madre, mamífera, con diversas preconcepciones, prejuicios y equívocos; con ganas de ser amamantados con la dulce leche de la sabiduría, que diría Bassi, para lograr el mundo mejor en el que creen, a través del pensamiento.
En primer lugar los hay que, lectores empedernidos y cerebros inquietos, no creen que exista otro lugar mejor que éste que los acoja con la comprensión intelectual que como retoños inmaculados necesitan. Que necesitan achuchones y mimos de la Madre; que les diga lo bonitos y guapos y listos que son, y que les dé nada más llegar ese nectáreo calostro del que muchos no se desengancharán en su vida. Ya luego unos pocos querrán la carnada abstracta, para tragar y tragar.
Son éstos, por su naturaleza, los verdaderos llamados a ser hijos de la Filosofía. No obstante, remarco la condición sine qua non de empedernidos, para diferenciarlos del segundo grupo, donde quizás uno mismo se encuentre.
Aquéstos, parecidos a los primeros en sus mientes profundas y reflexivas, y en la ansiedad por el saber que se desprende de esta Ciencia y se encuentra por doquier en los libros, carecen, sin embargo, del don genial de la constancia, sin el cual no es frecuente se dé en ser humano alguno un verdadero desarrollo intelectual relevante. Suelen (olemos) avanzar por la carrera y por la vida a trancas y barrancas, como hormigas descarriadas. Son (omos) un quiero y no puedo eterno, un rozar sin abrazar, tan sólo alguna vez tocar, y su prueba de fuego es el esfuerzo que se les exija en los exámenes para aprobar. Su mal está en la vagancia, y no en el ansia. Sin embargo, éstos a diferencia de aquéllos, no necesariamente serán (emos)  filósofos cuando  les den el título de Licenciados en Filosofía.
Hasta aquí la experiencia arroga a los miembros de esta clase el honor de ser los que podríamos denominar, así por que me apetece, fIsikoi.
Después, de no se sabe muy bien qué lugares, llegan las ovejas que al acabar el instituto están ciertamente descarriadas, o confundidas.
Los hay que, inocentes de toda culpa e ingenuos, tuvieron en bachillerato un buen profesor de filosofía, y encantados de la vida y aplicados, sienten en el último momento la inspiración vocacional por esta  Ciencia. Pero a la larga, si no ya en Primero, se desaniman porque los libros ya no son de SM ni de Anaya.
También los que creen que leer poesía, fumar porros y quejarse de lo mal que está el mundo es suficiente para aprobar una carrera tan así, tan ¿pluf? Deben de pensar, y es así que circula el tópico por la sociedad, que en filosofía la gente se dedica casi exclusivamente a leer a Nietzsche, charlar y debatir sobre cualquier cosa que se ocurra, haciendo especial hincapié en lo relativo que es todo, y en que cada uno ve las cosas a su manera. De esta forma, podemos de repente vernos inmersos en una discusión, no se sabe muy bien cómo, acerca del igual estatus epistemológico que tienen, por un lado, la Ciencia Racional, y, por el otro, las Ciencias del Espíritu en su sentido más parapsicológico. Todo esto con otras palabras más acordes, por supuesto.
Otro grupo muy variopinto de allegados a la Facultad de Filosofía está formado por retales que van desde el incomprendido que desea encontrar su lugar en el mundo, el visionario cuyo propósito es rebatir la filosofía de 26 siglos en 5 minutos, a la estudiante que escribe poemas y gusta de las artes plásticas que llega para acompañar a su novio.

No todos acabaremos, pero sí compartimos el haber pecado de la mayoría de éstas cosas en algún momento, de ser ingenuos, de querer que nos despierten, que nos mimen, que nos alimenten el espíritu con el conocimiento continuo para alcanzar no sabemos qué cosa exactamente, pero que cada uno a nuestra manera llamamos FILOSOFÍA.

jueves, 30 de abril de 2009

4

Quiero querer, quiero quererte. Quiero que quieras que te quiera. Quieren que quiera no quererte, y quiero querer lo que yo quiera. Quieres que quiera no quererte y aunque lo quiera aún te quiero. -Sin querer, queréis que no le quiera, y quererle es lo que quiero-. Quieres que quiera un poco más quererme, y un poco más, Tú… te quiero.


***

Un furor me aviva últimamente. Un esfuerzo imperturbable de ir hacia delante. Una sensación de bienestar y agradabilidad.

¿Nunca os habéis sentido extasiados? Embelesados por una fuerza que os haya brotado de repente de dentro, subyugando inextricablemente todo vuestro ser. Yo una vez, que recuerde claramente, sentí una felicidad inmensa repentina. Un impulso incontrolable de alegría, de plenitud. Estaba yo meando en el servicio de mi casa, donde teníamos un grandísimo espejo que ocupaba casi la pared entera. Andaba ahí echando el chorro, y como de costumbre pensando en mis cosas, y estaba preocupado porque al día siguiente tenía un examen que apenas llevaba preparado, acongojado por la noche insomne que se me avecinaba, en la que ni con ganas creía poder sacar adelante todo el temario. Pues bien, me giré un momento y me miré en el espejo. Me vi, o mejor dicho, me percibí de una manera extraña. De repente me sentí en comunión con el Cosmos. Me consideré parte del mundo y se me desvanecieron todas las preocupaciones. Me dije a mí mismo que ese examen no era tan importante, que suspenderlo no significaba el fin del mundo y que tendría más oportunidades. En la siguiente debería demostrar que realmente merecía aprobar. Y esa fuerza, ese ímpetu, me embargó sin conmiseración alguna, cual bomba a punto de estallar, o más bien, cual chute de ambrosía directo en vena. Fue fabuloso, fue orgiástico diría aún. Y duró bastantes segundos, tantos que me dio tiempo a reír de alegría, a querer saltar, a alzar los puños en rápidos movimientos de triunfo, a sentirme un superman invencible de esta vida. Fue una descarga de adrenalina apabullante. ¡Puffff! ¡Un choque indescriptible! Algo que quizá he llegado a sentir en otras ocasiones de manera atenuada.

Y en un estado sosegado tal me encuentro en los últimos días. Colmado de paciencia por lo que ha de llegar, y frenada el ansia que dilapidaba mis energías. Ahora me asomo a mi ventana y la música siempre es alegre: Runaway de Del Shannon es mí descarga eléctrica, un clásico que me produce un subidón que te cagas. Ahora en primavera los árboles en flor me parecen más bonitos que nunca, dejé atrás la melancolía, y disfruto cursimente de esas pequeñas chorradas. ¿El cambio? Una nueva metamorfosis diría yo. En estado de larva paciente me encuentro, otra vez. Pero ahora siento una unión especial con el universo; ahora quiero creer que algo nos une ineluctablemente a todos, y me dejo embriagar por esa fantasía. Leo más que nunca, y han caído en mis manos libros y una película que me han ayudado a tener esta nueva perspectiva.

Un furor me aviva últimamente, y espero no consumirme en él. Salir adelante.


lunes, 20 de abril de 2009

¿Quién sentado en un banco?

(ANEXO 1)

29 mayo de 2007
¿Quién sentado en un banco?
Pasan los minutos y pasan las oportunidades de escribir cosas, de contar cosas, de hacer cosas, de leer. Pasan las personas por mi lado, enfrente, por cualquier lado. Se sienta alguno, de vez en cuando, a mi lado. Pasa la gente y yo quedo, aquí, pasmado. Solo. Sentado. Pasan sus historias ocultas, ignoradas; pasa la casualidad del conocimiento mutuo. Todos bullen y yo aquí parado.
Pasa el 3º, que no pensaba verle hoy por aquí, y no me ve. Pasan amores por delante de mí, andando, riendo, hablando. Pasan mirándome y no viéndome. ¿Y yo les vería al revés? ¿Acaso si fuera yo el que caminara vería el ser sentado de la forma que querría que me vieran?
¡Qué tarado!
Busco en un cofre palabras, a oscuras, terrible pobre, no las encontraré. No todas. No ninguna. Pasan las palabras sin impregnarme ¡hasta el alma!
Soy el enamorado, del amor, y de “otros” enamorado. Soy el… sin palabras; sin saber; sin oportunidad ni poder. Sin energía, sin fuerza, sin concentración ni perseverancia. Soy el vago individuo. Soy el suave y leve genio, el más vago genio jamás existenciado. El más suave y leve.
Pasan, de verdad, con gotas a flor de los ojos, juro que los veo pasar y me siento derrotado. Tan universal soy, que en lo poco en lo solo, en el hueco del olvidado, impotente señor de fantasías, en lo insulso de mi ‘ser dado’, muero, lloro, grito apenado. ¡Es mi alma! Que me atormenta en susurros ruidosos de desesperaciones, que pasan también, de ambiciones, que pasan y no llegan, de siempre, siempre, siempre intenciones abortadas, proyectos enajenados, intento de crear Obras inacabados, en sentencia de olvido, frustrado, siempre atisbos; en pensamiento monumentos sobrehumanos, en real fatuas reacciones químicas. Los ojos: se me cierran. ¿Tengo sueño? Ni el Pharmaton Complex lo impide: mi cansancio. ¿Qué me pasa? ¿Qué me ocurre? No soy nada… Nada real. Nada válido. Nada eterno. Nada admirable. Ego, me torturas. Yo, me obnubilas en fetidez extrema de incoherencias.
Muero cada día que pasa siendo así, escribiendo así, comportándome así.
Cobarde que soy, que pasan y aquí me quedo. Los ‘seres guapos’, gente del sumun. Y yo aquí. Cobarde; sentado mueres. Oyes, ves, hueles, “gustas” sus vidas, tocas sus ires y venires y mueres de empacho de nunca “serles”. Ni con ellos ni sin ti. Muero. Siempre morimos, pero yo Muero. El suicidio más lento de la historia. La enfermedad hipocondríaca de ser ‘locura’ mi mal. El ansia: ¡la dominación profunda de mí! Cerebro mío, cuerpo mío: mi mente. Ser señor y no vasallo. Encauzar el Genio. Oh mi inspiración.
Bolsa de sueños, agujereada bolsa que dejas difuminar, esparcir en lo ilimitado toda mi creación. Pasan y siguen pasando. Un banco y un chico. Un banco al lado del ascensor. Un ascensor y un chico. Un genio y un banco al lado de un ascensor. Un banco en el vestíbulo de una facultad. El banco y el genio sentado. Una facultad, sus ascensores, y un alumno pensando sentado. La facultad de Filosofía, y yo aquí parado. Sentado a la derecha del ascensor según miro yo. En mi 2º banco. Mi banco. Y me gusta más que el otro banco, que el de enfrente. Oh, joder, puta mierda. Tengo ganas de llorar. Y la gente sigue pasando. ¿Qué me ocurre? Sin fuerzas. Debo hacer otro intento. Me siento tan cansado, tan rendido…
La fuerza de mi mente ocultando y ocultándome tanto tiempo mi mal que habrá tenido no más remedio mi cuerpo que somatizarlo tan cansadamente.
Suflar energía a mi espíritu poderoso. Me cansa tanto escribir. Puedo derrotarme al abismo, dejar el control al Mal, vencerme a la somatización fatigosa, y fatigadora, ¡O triunfar! Mi mente. Cambiar la actitud. ¡Despertar! ¡Abrir! ¡Saltar! ¡Soplar! ¡Vencer! ¡Estimular! ¡Animar! ¡Tentar al Dios! ¡Inducir al genio la Vida! ¡Ganar! Poder para gobernar mi Moira. Ser. Y dejar de escribir… siempre estos absurdos, deslavazados sintagmas. Recuperar el timón.

martes, 14 de abril de 2009

Cabreo y optimismo


3


Sueño.

Sueño que te veo y te quiero.

Porque sueño vivo: te creo.

Porque vivo sueño: muero.

Creo que muero y muero

porque sigo vivo soñando

y soñando no más que muero

porque despierto, niño,

y no te veo.

***

Mira que soy un hombre optimista ¿eh?, pero no.

Hay días en que uno se cabrea con el mundo. Se cabrea irracionalmente. Alguna mañana me levanto, subo la persiana de mi habitación, de mi 8º piso de Parquesol, enciendo el ordenador y pongo música en el Itunes, mi preferida, música con 5 estrellas, abro la ventana y dejo que el aire fresco y el leve olor a vegetación del parque de abajo, o de césped recién cortado cuando pasan los jardineros, entre y lo llene todo. Con esa música y ese frescor me siento revitalizar y me digo, ¡coño! un nuevo día se presenta con mucho tiempo para leer y hacer cosas. Siento que me voy a zampar el mundo, que mi amor es más grande que nunca, y que el simple hecho de sentirlo es ya una dicha.

Pero luego a media tarde, quizás después de echarme la siesta, aún sin anochecer, cuando veo lo que ha dado de sí el día, normalmente no demasiado, vuelvo a poner el Itunes, pero elijo una canción tristona. De nuevo abro la ventana, apoyo los codos en el quicio y la cabeza en mis manos. Miro la ciudad, viva, resplandeciente, el Duque de Lerma al fondo, el Pisuerga que se intuye allá, con el tráfico que va y viene a lo lejos, y veo a la gente pasear por el parque, justo debajo, y a veces en primavera a chicos y chicas sentados en el césped tocando un bongo, y risas y voces y vida. Y lo que debería llenarme de gozo se clava en mí como espinas al coger una rosa. Y primero, al son de la música, me pongo tristón, nostálgico, pensando qué coño hace uno con su vida, que siempre está idealizando la de los demás. Y en esa soledad que surge, brota también la rabia, la impotencia, las preguntas sin respuesta y un sentimiento de injusticia irracional. ¿Qué hago yo aquí? Y me cabreo con el mundo, por pasar un día más sin alcanzar mis anhelos. Por dejar de nuevo vacío un hueco que nadie viene jamás a llenar. Y me dan ganas de gritar ¡aquí estoy!, como si debajo todos debieran oírme.

Pero no, no señor. Al final me doy cuenta, un día más, que no debo cabrearme con el mundo. Que estoy más bien enfadado conmigo mismo, por no actuar, por no ponerme en Acción. Que muchos de los demás, pensantes, en el fondo también sufren en mayor o menor medida esa soledad inmanente. Que lo mío es pasajero. Y la esperanza que me hace ser un hombre optimista florece potente: la canción triste acabó y suena una con ritmo, revitalizante. Me digo que me he vuelto a enamorar y que, aunque ésta vez tampoco, ya vendrá otra, quizás la buena, la verdadera, la justa, la que colme mis ansias… Me digo a mí mismo que aún soy joven y atractivo, y que ni siquiera todavía he bajado nunca al parque y conocido a todos esos desconocidos, posibles. Que la ciudad, el mundo, me ofrece mañana un nuevo día en el que hacerme, en el que vivirme, en el que comenzar a actuar con sentido. En el que superar mis miedos.

Hoy he tenido uno de esos días llenos de rabia contra el mundo y de tristeza por mi soledad intrínseca. Ya es de noche. Soy optimista y sigo teniendo esperanza, y es con lo que todos deberíamos quedarnos. En breve me iré a dormir, al mundo de mis Sueños donde siempre vuelo…

Sé que mañana es un nuevo día, y quizás baje al parque…


martes, 31 de marzo de 2009

Monstruo solitario

2

Soy un monstruo solitario. Metido en una carrera de letras, marginado: conocido y repudiado. Corazón de carbón ardiente, espurio latedor. Frío y caliente calculador. Falso caminante y mirador. Os observo y sonrío ¡ay! ligero estupor. Pero muero, muero, muero… ¡Muero de ansia y pasión!
Soy un monstruo solitario.
Huid, dejadme solo una vez más. Conocidos o ignorados, hacedme invisible: nadie en derredor. Que lo que nunca seré me mata…
***
La mayoría de la gente no merece la pena. En mi mundo funciona que, o me acaban cansando, o terminan aborreciéndome. En verdad el que cansa más soy yo. La Facultad, sin embargo, me ofrece un reducto en el que esa mayoría se minimiza. Si bien, se da el caso de que apenas conozco a nadie. De que apenas nadie me conocerá. Ya pueda estar el amor de mi vida caminando por Filosofía y Letras, que jamás me vislumbrará.
Año tras año la gente va y viene y yo siempre miro, pero quedo al margen. La multitud me pasa al lado y nunca sé qué hacer. Ansío conocer a los que desconozco, a con los que semana tras semana coincido en la cafetería tomando café solo, enfrentadas miradas: huidiza vista mía siempre. A los que observo tantas veces en la biblioteca. Tanta gente que me pasa, que me traspasa, pero que sé que al final no me serán nada. Tengo el don de machacar a la mayoría que me conoce día a día. No tengo ni idea de cuántos se salvan de la masacre de mi monstruosidad. Apenas siquiera a quienes amo, a quienes me aguantan estoicamente, o a los que me quieren incondicionalmente sin yo saber qué virus les afecta para otorgarme tal gracia que no merezco. Que no merezco por malvado.
Fíjense, sinceridad. Monstruo solitario. No lo soy a posta, no lo soy consciente, no lo soy queriendo y aún así ésta es mi suerte. No me doy cuenta al momento. Son los hechos consumados de un mundo que se me hace incómodo, que pone a prueba mi timidez y que año tras año me deja de lado.
Soy un tonto ingenuo. Siempre huyo hacia delante, pensando que será la gente que no conozco la que me dé aquello de que carezco, ¿amistad?, ¿complicidad?, ¿reflexión?: Amor. Busco falsas cosas, pues sólo busco amor. Y lo demás… es niebla que me ciega, que me pica los ojos. Y el universo, claro está, me condena. Un eterno desamor, un perpetuo no-amor. Soy un Sísifo enamorado del amor, que busca sombras que amar, una y otra vez, una y otra vez. Que su castigo es encontrar en los demás su más profunda soledad. El espejo de su alma turbia.
Y éstas palabras mi catarsis.

martes, 24 de marzo de 2009

Yo

1


Sí. Soy prepotente y vanidoso. Egoísta y orgulloso. Celoso y pedante. Falso y envidioso. Soy un caos. Soy egocéntrico.

Compañero anónimo, si me hablas quizás te parezca borde, o hipócrita, o sientas un aire de superioridad que me creo y no es auténtico. O pienses que estoy vacío y todo es un papel, interpretando lo que no soy, queriendo ocultar mis debilidades y miedos.

Quizás si lees esto, si me conoces, confirmes lo que pensabas. Crees que quiero ser el centro de atención, que desprecio a los demás y lo que hacen, que me mueve siempre el interés de alimentarme, de alimentar mi ego.

Piensas que aparento mucho pero que no soy tanto. Que a las espaldas muchas veces digo lo contrario que a la cara. Crees que tengo labia para ello y uso mis palabras para tergiversar. No valoro a los demás, y si lo hago es porque me adulan y satisfacen. Me creo en posesión de la verdad absoluta y la opinión de los demás normalmente la desprecio, la ridiculizo, la manipulo. Sabes que siendo así nadie me aguantará, nadie me querrá. Que es normal que la mayoría de la gente reniegue de mí y haya renegado de mí. Entiendes por qué otros compañeros se hayan marchado de mi lado.

Sí. Probablemente algunas de esas cosas que creas de alguna u otra forma es o hayan sido verdad. Que he pecado y seguiré haciéndolo de varias de ellas. Al menos en apariencia. Será lo que te siga pareciendo a ti, pero NO. No soy así. No soy así ni aún aunque haya probado esas cosas y perversiones, aunque me haya regodeado en esas maldades.

Y sin embargo, SÍ, soy pecador. Y busco mi propia redención en las palabras. En todas y cada una de las palabras íntimas y propias que he escrito jamás. La publicación de trazos de estas palabras es mi penitencia. Estos fogonazos de mi Ser serán mi expiación.

¡Grito! Grito. Grito por no morir de desamor. Golpeo para huir de la soledad. Gritaré y golpearé con mis palabras, para luchar contra la indiferencia, para decirme ¡aquí estoy! mientras gesticulas risa, vergüenza, asco o repulsión. Grito y golpeo para llamar la atención. Apuñalo con mi Pilot buscando mi propia muerte, no queriendo morir en Soledad. No.

¡Oh! Palabra tras palabra, palabra que redimes, palabra redomada…, sal sincera palabra, sal huracán palabra, o sal suspiro, plásmate cual vómito y enséñame que soy olvido y nada.

Abracadabra: PALABRAS.

Mi refugio y mi morada.